08 abril 2011

Sin tan sólo lo pedías


Hace varios días que no he probado tus besos. Hace varios días que te dije que esto terminaría. Simplemente no podía continuar así... con esto que realmente nunca tuvo nombre y no se si llegue a tenerlo. Por eso tuve que terminarlo.

Hace varios días que salgo con él, sé que sabes quien es... Siempre lo has sabido.

Él ha sido tierno y protector conmigo, él ha sido muchas cosas buenas... pero no eres tú. Él sabe que estoy enamorada de ti aunque ni yo misma lo sepa.

Es difícil escribirte todo esto porque al final de cuentas, jamás lo sabrás... jamás sabrás las cosas que pasaron por mi mente mientras estuvimos juntos. Cómo me repetía infinitamente que nunca me enamoraría de ti, pero al parecer él vio algo en mi que yo nunca iba a poder ver por mi misma. Aunque él por inteligencia o por protegerme calló y nunca me contó lo que vio en mis ojos. Pero yo sé lo que vio.

No te niego, estos días he pensado en ti. Trato de no hacerlo pero no puedo dejar de fantasear con volverte a ver.

Sábado en la noche, salí con él para tratar de olvidarme de ti. Entre amigos  y copas todo iba bien, todo era perfecto hasta que al estar en el bar de aquel local, llegaste hasta mi lado con un simple "Hola" y esa sonrisa que me enamora. No podía creer que estabas ahí, una parte de mi sintió que estaba en el sueño más increíble de todos y por un momento el tiempo se detuvo.

Mientras él estaba en una esquina con nuestros amigos, tu y yo estábamos sentados apartados de todo el mundo, bajo las estrellas, besándonos hasta más no poder. Extrañaba tus abrazos, tus besos, tu calor, tu olor, todo tú pero no podía decírtelo aunque todo lo veías en mis ojos.

Él nos veía desde lejos. Veía nuestros besos, nuestras risas, mi mirada enamorada. Él me vio feliz y suspiró.

Horas más tarde él sólo fue a buscarme de tu lado para llevarme a mi hogar. Y llegó ese momento, esa decisión "O me voy con él o me quedo contigo; sólo pídemelo" fue lo que pensé mientras los veía a los dos.

Quizá esta historia sería diferente si tan sólo me hubieses pedido que me fuera contigo. Después de todo, en aquel gran local todos notaron lo enamorada que estaba de ti. Creo que tu y yo fuimos los únicos que no nos dimos cuenta de que yo pude haber hecho todo por ti... si tan sólo lo pedías.

La Otra Sofía

Sofía estaba sentada en el viejo escritorio de su cuarto, pasaba sus dedos entre sus cabellos. Las ojeras y las lágrimas negras cubrían sus ojos. Sus labios rojos ya casi no tenían pintura alguna en ellos.

Sofía no recordaba cuando fue la útima vez que comío o la última vez que se baño, e incluso la última vez que salió de su habitación. Sofía no recordaba muchas cosas pero podía recordar vívidamente cuando había sido la última vez que lloró... Hace cinco minutos, como por décima vez en el día desde que lamentablemente se despertó.

Encendió un cigarro, con la mano temblorosa y la boca reseca y sedienta. Inhalaba profundamente unas 3 o quizá 4 bocanadas de humo y lo apagaba, acto seguido, encendía uno nuevo. Y ese era el ciclo vicioso bañado en nicotina de Sofía.

Hace algunos meses ella había sentido como el mundo cambiaba de color, como pasaba de colores vivos y brillantes a negros y opacos claroscuros.
El aire comenzó a sentirse más frío. Sus huesos comenzaron a doler. Su vida comenzó a cambiar. Su sonrisa ya no era la misma. Sus fantasías, sueños e ilusiones se habían cambiado por vacíos interminables.

Con cada bocanada que le sacaba al cigarro, sentía como iba succionando la vida de sus pulmones, al menos la poca vida que aún le quedaba.
Su corazón no paraba de latir velozmente. Su rostro era sombrío y severo. Su pierna temblaba bajo el escritorio del desespero que la invadía. Ya Sofía no sabía qué hacer.

Se paró de la silla, derrotada por sus nervios. Caminaba de un lado a otro con aquellos tacones negros 
que había comprado el diciembre pasado.

"No sé qué me hiciste" - Decía temblorosa mientras caminaba de un lado a otro.

"¿Por qué yo? ¿Qué te he hecho?" - Repetía una y otra vez entre versos entrecortados por la agitada respiración que tenía ya en este punto. Mientras, más lágrimas seguían revistiendo sus mejillas.

"¡Por tu culpa he llorado hasta más no poder! Ya no sé si me queden lágrimas por botar" - decía Sofía mientras inhalaba el humo con sabor a nicotina.

La dama se mordía los labios y las uñas mientras caminaba por toda la habitación.

"¡Maldita sea! ¿por qué no me dejas en paz?" gritaba Sofía mientras limpiaba las lágrimas de su rostro,
las cuales ya habían llegado hasta su vestido, dejándole gotas negras en el busto.

De repente se paró, miró hacia adelante y acercándose sigilosamente  posó sus manos sobre la pared a los lados de un gran espejo con borde de cobre y piedras preciosas de mil colores. Levantó su mirada de rojo iris y con últimas lágrimas dijo entre sollozos y ruegos: "Por favor, te lo imploro. Dejame ser feliz otra vez, dejame sonreír nuevamente. No puedo cargar más este dolor... Por favor... dejame libre."

Un reflejo muy parecido a ella se había mostrado en el espejo, pero a diferencia de Sofía, esta otra Sofía tenía un brillo de maldad en los ojos. Su maquillaje era perfecto, su cabello arreglado, su rostro era como la delicada porcelana, sus labios tenían un rojo carmesí encima que hacía resaltar la blancura de su piel.

Miró unos segundo hacia el frente con la mirada más helada que el cielo haya cubierto jamás. Sonrió malévola y decididamente para luego decirle a Sofía: "El show debe continuar".

Y así la otra Sofía salió por la puerta del camerino para ir una vez más a entretener a su excitada clientela...

05 abril 2011

Y así fue...


En una fría e invernal noche de noviembre se toparon dos pares de ojos.
Dos sonrisas dulcemente dibujadas en los rostros.
Respiraciones aceleradas que no encontraban otro camino que al corazón del otro.
Sin decir mucho, las miradas se cruzaron y todo se entendió.
La ropa fue cayendo al suelo mientras con erección y húmedad los cuerpos hacían sus trabajos.

Mordidas, silencios, apretones, calor, gemidos, agitación, excitación, sudor, roce y pieles;
la mezcla perfecta para la noche que deseaban desde el primer día que cruzaron palabra.

El climax aumentaba con cada beso, con cada fricción, con todos los latidos en uno solo.
Lenguas, uñas, aliento hirviente en sus oídos.
Querían gritar, querían pedir por más, querían tanto y era tanto el silencio.
El trato era no hablar,
esas eran las reglas del juego que ese par de corazones decidieron jugar.

Era excitante tener que callar cuando querías gritar.
Morder tu ganas con la almohada.
Los dedos se entrelazaban furtivamente entre los cabellos.
Elixir corporal derritiéndose entre sus piernas.

Se aceleraba cada vez más la pasión, la lujuría,
el deseo escondido que mantenía atado el orgasmo más vertiginoso de sus cuerpos.

Más rápido, más fuerte, más duro, más silencioso...

Labios mordidos, sabanas entre los dedos,
gimoteos, jadeos, húmedad, contracción y... orgasmo.

Habían logrado lo que desde hace tanto tiempo había deseado su cuerpo
con el anhelo imparable que posee la lujuría que se tenían.

Al vestirse, fue un último beso lo que selló el encuentro de las dos feminas
antes de desaparecer rápidamente por puertas antagónicas para siempre, jamás.