05 abril 2011

Y así fue...


En una fría e invernal noche de noviembre se toparon dos pares de ojos.
Dos sonrisas dulcemente dibujadas en los rostros.
Respiraciones aceleradas que no encontraban otro camino que al corazón del otro.
Sin decir mucho, las miradas se cruzaron y todo se entendió.
La ropa fue cayendo al suelo mientras con erección y húmedad los cuerpos hacían sus trabajos.

Mordidas, silencios, apretones, calor, gemidos, agitación, excitación, sudor, roce y pieles;
la mezcla perfecta para la noche que deseaban desde el primer día que cruzaron palabra.

El climax aumentaba con cada beso, con cada fricción, con todos los latidos en uno solo.
Lenguas, uñas, aliento hirviente en sus oídos.
Querían gritar, querían pedir por más, querían tanto y era tanto el silencio.
El trato era no hablar,
esas eran las reglas del juego que ese par de corazones decidieron jugar.

Era excitante tener que callar cuando querías gritar.
Morder tu ganas con la almohada.
Los dedos se entrelazaban furtivamente entre los cabellos.
Elixir corporal derritiéndose entre sus piernas.

Se aceleraba cada vez más la pasión, la lujuría,
el deseo escondido que mantenía atado el orgasmo más vertiginoso de sus cuerpos.

Más rápido, más fuerte, más duro, más silencioso...

Labios mordidos, sabanas entre los dedos,
gimoteos, jadeos, húmedad, contracción y... orgasmo.

Habían logrado lo que desde hace tanto tiempo había deseado su cuerpo
con el anhelo imparable que posee la lujuría que se tenían.

Al vestirse, fue un último beso lo que selló el encuentro de las dos feminas
antes de desaparecer rápidamente por puertas antagónicas para siempre, jamás.