30 mayo 2010

Miedos silentes


Ella recostaba su sonrisa pálida sobre el desnudo y oscuro pecho de aquel hombre que mantenía vivos sus más intimos miedos. 

Ambos sentían el latir acelerado de sus corazones al unísono que musitaban una evidente canción sobre sus sentimientos, aquellos sentimientos que a ambos les daba miedo expresar con sus labios pero que sus ojos y húmedas pieles gritaban a la luz de la luna cuando ella era de él y él era de ella.

Era hermoso ver el cuadro tan salvaje y sensual que se creaba al ella sentir los largos dedos de las perfectas manos de su amado al recorrer su sudada espalda a causa de las horas incansables de amor espontáneo que durante varias noches se podía observar por la ventana de aquella casa abandonada en la ciudad.
Ella no había soñado nunca con él. Él había rogado encontrar a alguien como ella. Y en el sendero más oscuro de sus inagotables travesías de sus normales vidas se toparon entre caras pintadas, música paga, días de antaño, payasos de un circo que nunca existió y pisos de mentira que los hacían creer que estaban en el paraíso terrenal.

Él la hizo vivir de nuevo. Ella lo hizo sentir otra vez. Ambos se desearon, ambos sonreían nuevamente.

Mientras él arropaba sus fríos poros erizados que recorrían sus brazos, ella lloraba silente saboreando el calor de su cuerpo.

- Tengo miedo - se atrevió a susurrar ella aunque sus labios temblaran.

- ¿De qué? - Preguntó él aunque sabía la respuesta, pues era el mismo miedo que habitaba en su corazón.

-Miedo a perderte por la mañana - Respondió tímidamente ella entre sábanas. Él la estrujó contra su cuerpo y susurrando a su oído dijo: -Sólo duerme. Seguiré a tu lado al amanecer.
  
Ella esbozó una dulce sonrisa, cerró sus ojos y al amanecer ya no existían ni el miedo, ni las sábanas, ni ninguno de los dos...

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