03 agosto 2010

La rosa de papel

Ella, vestida de negro con bolsas oscuras bajo sus ojos rojos.


Él, sobrio, serio y totalmente inmutable con la vista puesta sobre ella.


Ella se para delante de él y no puede verlo a los ojos. Su corazón comienza a latir fuertemente mientras siente como sus pupilas se dilatan.


Él comprende el nerviosismo en el cuerpo de ella… El frágil y sutil cuerpo de ella lleno de garbo y misterio.


Ella siente la sangre subir a su cabeza y ruborizar fuertemente hasta el último poro de sus mejillas.


Él aún la quiere para él.


Ella aún sueña con él.


Pero el dolor de ambos es grande. Más inmenso de lo que esperaron sentir alguna vez.


Ambos, viéndose a los ojos, recordaron aquella noche de estrellas fugaces que iluminaban sus sonrisas, sus besos y le daban ese toque mágico y especial al olor tan fragante del agua salada que llegaba a sus pies enterrados en la arena.


Pero ninguno dijo nada.


Ella debía hablar. Esta vez era su turno y no sabía que decir; sólo dejaba que una lágrima muy salada, cargada de mucho dolor, saliera de sus ojos café y recorriera un tumultuoso camino hasta caer en la grama tan verde en la que ellos estaban parados.


Ella abrió su boca y dejó salir una sonrisa tímida. Él aún la ponía nerviosa.


-Me alegra verte de nuevo. Lo necesitaba. No sé qué tan buena idea sea pero creo que necesitamos hablar. Por lo menos yo debo hablar.


El seguía viéndola en silencio… Inmutable.


-No sé qué es lo que se supone que debo decir en estos casos, siempre he sido muy buena con las palabras… Excepto cuando tú me miras a los ojos. He llorado mucho, creo que mis ojos son mi testimonio más vívido. Aún no sé cuando cambiaron las cosas. Cuando decidiste ocultarme la verdad. Querías protegerme… Eso es lo que dicen por ahí, aún no se si sea o no verdad. Debes entenderme, nunca esperé esto y menos de ti.


Ella dejó de hablar pues en su garganta comenzaba a hacerse un nudo que no la dejaría hablar.


Se miraron a los ojos y recordaron juntos aquel día donde ambos estaban acostados uno al lado del otro, viendo el sol entrar por las ramas de los árboles y partirse en miles de halos de luz que les daba el calor necesario para contrarrestar el frío de la suave brisa que los envolvía.


Él la vio a los ojos, tomó su cara entre sus manos y le dio un beso muy suave en los labios y mirándola a los ojos dijo:


-No te vayas a enamorar de mí, por favor


Ella sorprendida por sus palabras, se queda en silencio viéndolo a los ojos. Él no deja de verla. Ella respira hondo, cierra sus ojos, sonríe suavemente y abriendo muy despacio sus ojos nuevamente, le dice:


-Muy tarde, lo siento.


Ella volvió de ese recuerdo, él parecía aun estar saboreando ese momento.


Ella continúo…


-¿Recuerdas como solíamos hablar de cualquier tontería antes de dormirnos? ¿O recuerdas las escapadas que nos inventábamos para alejarnos del mundo entero? Extraño eso… Te extraño a ti.


Ella suspiró y siguió hablando


-¿Cuándo dejaste de ser tan tú? ¿Cuándo empecé a ser más como tú? Siento que tantas cosas han pasado desde aquel día donde te fuiste de ese lugar donde el bullicio de la gente no nos permitía besarnos. Ya no estarás al amanecer. Ya no estarás a la orilla del mar esperando paciente mi llegada. Ya no lloraré en tu regazo ni derramaré mis sueños y pensamientos sobre tu almohada.


Él alternaba su vista hacia ella y hacia el suelo. ¿Qué podía decir? si sabía que ella tenía razón.


-Soltaste mi mano.


Ella comenzó a llorar. Él intentaba decir algo.


-Yo sé lo que me dirás. Que las cosas no son así como yo lo pienso, que no te hubieses ido nunca de mi lado, que me sigues queriendo para ti. ¡Lo sé! Sé cada palabra que juega en tu mente, sé cada sensación que tienes al verme, sé escucharte aun cuando no me puedes hablar. Lo sé… pero entiéndeme… Necesito culpar a alguien de este dolor. Déjame fantasear con esto por última vez, te lo ruego.


Ella llevaba una rosa de papel en la mano que dejó caer sobre la dura piedra con un escrito que estaba a sus pies.


-No quiero saber por qué lo hiciste, no quiero saber qué pasaba por tu mente mientras tenías esa cuerda en tus manos. Sólo me basta saber que estas aquí conmigo… Por última vez.


Volvió a mirarlo y con una última lágrima rodando por su mejilla le dijo:


-Te Amo.


Él sonrió y desapareció con la cálida brisa que corría por el cementerio del norte de la ciudad y más nunca volvió a amanecer.